jueves, 3 de octubre de 2013

DELIRIO DE HUMANIDAD

Delirio de Humanidad A mi amo no le gusta Borges. De eso estoy seguro. ¿Que por qué comienzo así mi relato? Porque sufro de Alzheimer y porque lo último que le oí decir a mi amo antes de salir por la puerta fue lo mucho que detestaba la pedantería del escritor argentino. Se fue de viaje, dijo que volvería en tres días, pero sus días no duran lo mismo que los míos. Se olvidó de mí. Se fue al país vecino, al de Borges, para dictar una conferencia. Yo me encuentro encerrado en el baño. Una corriente de aire cerró de golpe la puerta mientras tomaba agua del W.C. Me encuentro con grabadora en pata para dejar constancia de todo lo que recuerdo. Temo que sean estas mis últimas palabras. Nací en San Fabián de Alico. Mis primeros años fueron tranquilos y soberbios. Leí a los clásicos y los odié profundamente. Desde entonces, mi animadversión para con ese tipo de literatura ha sido tal, que evito cualquier relación con las cosas o lugares que comiencen con la silaba cla. Por lo tanto, jamás asistí a cla-ses, cuando como huevos solo conservo la yema y boto la cla-ra y, por último, los pelos se me erizan como clavos (perdón, como espinas) cuando oigo un cla-rinete. Es de sentido común, espero que no se me mal interprete. Soy de todos colores, mis dos patas traseras son blancas, luego, subiendo hacia el lomo, se jaspean de los cafés y negros más maravillosos. Mis bigotes son tensos como las cuerdas de un arpa. Soy hermoso como cualquier gato. Casi divino. Mi ronroneo es musical y evoca la cadencia de algún rito ancestral. Eso lo sé porque consigo todo lo que quiero cuando comienzo a cantarle al hombre. Embobados se me acercan y me hacen cariño. Algunos me han lamido, pero eso lo hacen escondidos de los demás, no en grupo quiero decir. Mi amo es un hombre bueno. Desde la claridad (perdón, desde la limpidez) del baño reluciente, de pronto ya no siento temor a las brutales contorsiones del hombre. ¿Oigo a mi amo embetunar sus zapatos? No estoy seguro. Sí, es él. En la cocina. ¿Lo oigo? No. Lo veo. Afanado, con la devoción con que enseñan las abuelas a rezar a sus nietos, abuelas gordas, tontas, con pelos a destiempo y en lugares equivocados: en la comisura del labio o en el lóbulo de la oreja. Esos pelos acusatorios de la frágil condición humana, pelos que evidencian lo animal que hay en el hombre. Pero no hay problema, esa fragilidad se puede esconder hoy con cremas, tratamientos y demás. En fin, frágil o no, lo veo. Entregado de cuerpo y alma a su quehacer más sagrado. “El lustre de tus zapatos es el reflejo de tu alma” le oí decir una vez a un gran profanador de verdades. Como quiera que sea, soy capaz de todo desde la nitidez del baño. Este será mi lecho de muerte y es mi deber como moribundo meditar, divagar, mentir. Hola. Tengo Alzheimer. Me llamo Lucas. También Daffy, depende de la situación geográfica ¿me entiende usted? No hay problema con lo de la demencia senil. Lo llevo bien, en serio. ¿Es una entrevista esto? Hum. Hace tanto que no hago estas cosas por Dios. ¿Dónde se pone este aparato? Ya veo. Muchas gracias. En mi tiempo había que hablar fuerte y claro (perdón, pronunciado) para que lo escucharan a uno. Hoy no, cualquier imbécil con micrófono es escuchado. Todo ha cambiado mucho. Estoy contento. Debo admitir que han sido buenos conmigo. Diferente es si me preguntan por el campamento anterior ¡Vivíamos hacinados! Luego de la ofensiva del 16 nada volvió a ser lo de antes. Perdimos felinos valientes, valiosos. Teníamos un sueño, pero no creyeron en nosotros. ¿Quiénes, me pregunta usted? No es fácil. El impuesto al atún, las reformas caninas, fue una época oscura, no pregunte tonteras, ¿sabe? Tengo una reunión con Dios en cinco minutos. Estoy muriendo de a poco. Fui un gato feliz. Me contento con lo poco que nos va quedando. Delicados placeres. Pequeños pecados. Caminar escondido, con sigilo, por entre los matorrales de los jardines. Entrar en sus casas, en sus piezas, penetrar en su sofocada y nauseabunda domesticidad. Impregnar de orín sus alfombras. Hay algo que no saben, ahora que me muero se los cuento: El demonio eligió a la serpiente para ser representado porque nosotros, los gatos, rechazamos su propuesta. Sí. Éramos unos cuantos gatos, y juntos abarcábamos todo el mundo conocido, norte, sur, este y oeste. Lucifer nos pidió convertirse en gato para tentar a Eva. Nosotros no quisimos. Sabíamos que quedaríamos inevitablemente prejuiciados. ¿Prejuiciados se dice? Prejudiced. ¿Me entiende usted? Como el joven de Harry Potter. ¿De qué más puede actuar ese pobre muchacho? Quedó Harry Potter, no sé si me explico. ¿Una manzana? Muchas gracias. Hace ya años que no como una. Le iba diciendo que este lugar no es tan malo. Bueno, la comida podría mejorar, ahora que me lo pregunta. El mal gusto lo suplen con buena voluntad. Hay una gata. Hubo una gata. Ya no recuerdo si estaba en el living cuando entraron ustedes a buscarme. Si estaba, entonces la debió haber reconocido en seguida. Era una gata hermosa, elegante. Los jueves almorzábamos juntos, digo, nos ponían los platos juntos. Pese a esa feliz coincidencia, nunca fui capaz de dirigirle la palabra, salvo cuando un pedazo de atún se me caía en su plato, levantaba el hocico avergonzado y le pedía disculpas. Sería una locura pretender que un veterano de guerra como yo cortejara a una dama tan distinguida como Lady B. Cuando viví en Nueva York sí que salí con gatas: peludas, siamesas, negras. Pero Lady B. no era como las demás, su arqueada columna, sus finos bigotes y la sensualidad con que se lamía. No señor. Ella era una verdadera dama, no se habría fijado en mí ni aunque fuera el único gato de la clínica. Aunque debo admitirle, señor entrevistador, -¿Cuál es su nombre me dijo? ¡Oh! muy bien. Yo soy Lucas, por cierto, también puede llamarme Daffy, es una cuestión geográfica, ¡he vivido en tantas partes!- Como le contaba, debo admitirle que los jueves antes del almuerzo me invadía una exaltación a la altura del pecho como si el corazón amenazara con salírseme por la boca. Quizá ese jueves la historia cambiaba. Don entrevistador, ¿Qué hizo usted con el corazón de la manzana? ¡Oh, muchas gracias! Lady B. es una de esas cosas con las que uno debe aprender a vivir querido amigo. No vale la pena lamentarse. Las circunstancias no fueron las correctas. En fin. Que se le va a hacer... ya me voy yendo de nuevo. Le pido perdón, es que esta cabeza. Usted sabe, la guerra, Lady B., Nueva York... en un sentido es todo parte de lo mismo... ¿Qué hace usted aquí? No me mire con esa cara de lástima. Ya le dije que se fuera como tres veces señor. Voy a llamar a mi enfermera. Es una locura que me tengan aquí encerrado. Yo soy un espíritu libre. Amante del arte, la literatura, las matemáticas. Por supuesto, jamás comprendí nada de esto, pero los observé toda mi vida. A ustedes, los humanos, con sus gestos alegres y sus maneras llenas de vida. No es fácil ser gato querido amigo. Ahora váyase. Déjeme morir en paz. Pero le diré algo: no existe nada tan doloroso para un gato como percibir la eternidad con la que ustedes viven y no poder participar de ella. De pronto los agónicos maullidos se detuvieron. Tomé a Lucas, reducido a un tibio saco de huesos. Lo metí en una caja y lo dejé en el basurero. El camión pasaba a las diez.

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