domingo, 14 de junio de 2015

Max Silva en funeral de la mamá

Querida Familia y Amigos: Se me ha pedido que dirija unas pocas palabras sobre la Inés. En momentos así es difícil hacer una síntesis, se vienen a la memoria y al corazón una multitud de imágenes, recuerdos y anécdotas, pero sin perjuicio de que todo eso valioso de relatar, prefiero ocuparme en tratar de sintetizar la extraordinaria personalidad de la Inés. Quiero hablar de su vocación, esto es, quiero hablar del llamado inscrito en lo profundo de su alma, que como una pulsión constante e irresistible de su corazón, la impulsó a actuar. Recuerdo una conversación con ella, debe haber sido en el verano de 1972 en la casa de su mamá en Con Con, donde había una imagen de una virgen que yo no conocía, le pregunté por ella, y me explicó: es la Virgen del Perpetuo Socorro, le tengo devoción porque yo me llamo así, Inés del Perpetuo Socorro. Yo que creo ese nombre “Perpetuo Socorro” fue su vocación y su Ideal, que siguió toda su vida. Si miramos su vida desde ese punto de vista, todo nos calza y adquiere sentido, así podemos entender como ella podía estar dispuesta para todo y todos. Esta vocación tiene particularidades marianas, que se hicieron patente en su carácter: Era catete, en el sentido mariano de la palabra, esto es, tenía sentido de urgencia por las cosas, como la virgen lo tuvo en las bodas de Canaa. Frente a una necesidad actuaba con urgencia, siempre rápido y siempre dispuesta. En el orden de las prioridades no se equivocaba: enfrentada a la disyuntiva de que los niños no tuvieran regalo de navidad, simplemente vendió la cocina, y cuando uno le preguntaba porque lo hizo, su respuesta era: la navidad es única, la cocina se puede remplazar. Era servicial, hasta más no poder. Para eso desarrolló una capacidad mariana de estar alerta, de darse cuenta donde había una necesidad, para ponerse a disposición de quien fuera. Un día, en un almuerzo familiar, como tantos a lo que uno puede asistir, escuchó que había un niño que no tenía casa: yo me lo llevo, fue su respuesta espontánea. No lo conocía, pero su decisión estaba tomada. Así me incorporó como un hijo más, a su ya numerosa familia, y me quiso como a un hijo más. Tuvimos divergencias, no me perdonó que yo optara por la U y no por la católica. Tenía predilección por los enfermos, en eso podía gastar todo el tiempo del mundo. A la Elena no le falló nunca. En cada uno de sus múltiples viajes de Valdivia a Santiago que por años hizo, la Inés siempre estaba para recibirla en el terminal, sea que fuera a las 6 de la mañana en el centro o para ir a dejarla en la tarde. Suena simple pero en esta ciudad eso es un verdadero sacrificio. En su corazón grande cabían todos, de todos estaba al tanto y siempre por todos preguntaba, era feliz cuando reunía a la familia y estaba especialmente con los niños. Las Termas del Corazón, ese encuentro anual por su cumpleaños, no lo transaba, y estaba dispuesta a incorporar a los pololos y pololas con tal de que nadie faltara. Querida familia, el testimonio de vida de la Inés nos habla de su fe, profunda, autentica, en un Dios Misericordioso, donde ella ha sido su instrumento con el que él nos ha querido bendecir. El sentimiento que predomina en nuestro corazón es de gratitud y alabanza a Dios que nos dio a la Inés. En ella hemos podido constatar un testimonio de una fe, bien vivida, que su ejemplo perdure en nuestros corazones y nos aliente a imitarla.

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